ESFL222

XVI semana del Tiempo Ordinario – Lunes

Testigos de la alegría

Entonces algunos escribas y fariseos le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas ver un signo». El les respondió: «Esta generación malvada y adúltera reclama un signo, pero no se le dará otro que el del profeta Jonás. Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches. El día de Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás, y aquí hay alguien que es más que Jonás. El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra esta generación y la condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón, y aquí hay alguien que es más que Salomón. Mt 12,38-42

El signo de Jonás, nos explica Jesús, es el signo de su resurrección de su muerte. A los escribas y fariseos que reclaman un signo para creerle. <Jesús responde que se les dará otro signo sino el de Jonás- A Tomás, para que pueda creer en la resurrección, Dios le concederá poner un dedo en los agujeros de sus manos y pies, y de tocar el costado en el que habían atravesado con una lanza del soldado romano. A nosotros, dos mil años después, ¿cuál signo se nos da para creer que verdaderamente Jesús de Nazaret ha resucitado como Hijo de Dios y Dios mismo? También nosotros necesitamos un signo para ver y tocar y así creer en su resurrección. También nosotros tenemos necesidad del signo de Jonás para creer, y no nos es suficiente el testimonio de Pedro que la Iglesia nos ha transmitido, i tampoco es suficiente que Tomás haya tocado con sus manos las llegas de Jesús resucitado. También nosotros tenemos necesidad de ver y tocar para creer en la resurrección. Es posible ahora hacer la misma experiencia de los primeros discípulos? No parecería posible, pero lo es. También a nosotros es posible hacer experiencia de la resurrección, en modo indirecto, pero en cierto modo más seguro que la de Pedro y de Tomás. El hecho que al principio nos agita y después de hecho nos convence, es “la alegría”.  Hace dos mil años que la alegría de la resurrección se propaga en el mundo como una onda pequeña levantada y empujada por el Espíritu Santo. No es una inda pequeña, no es un pequeño movimiento del mar bajo una onda majestuosa y poderosa que se forma bajo el viento del Espíritu Santo; aquel viento que n nuestra casa de Castiglioncello se oye aullar  desde el camino, que mueve los árboles y los pins.  Es un mundo en el que reina la tristeza, la tristeza, el enfado, la depresión, nosotros vemos la alegría sólo en los rostros de los niños y de las personas de fe.

Aún la Providencia, las curaciones y los milagros no son una prueba inapreciable come la “alegría”, Es una alegría tan desbordante que, una vez unida a la fe en Jesucristo, nos llena y también nosotros nos convertimos en testigos de la alegría. No es como estúpidamente fue escrito, la alegría artificial del “opio de los pueblos”. Ese una sentimiento auténtico, que contagia, como le sucedió a San Pablo, nos hace sobreabundar de alegría aún en las tribulaciones.

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