ESFL221

XV semana del Tiempo Ordinario – Sábado

Cristo está, en nosotros, al amar

En seguida los fariseos salieron y se confabularon para buscar la forma de acabar con él. Al enterarse de esto, Jesús se alejó de allí. Muchos lo siguieron, y los curó a todos. Pero él les ordenó severamente que no lo dieran a conocer, para que se cumpliera lo anunciado por el profeta Isaías: «Este es mi servidor, a quien elegí, mi muy querido, en quien tengo puesta mi predilección. Derramaré mi Espíritu sobre él y anunciará la justicia a las naciones. No discutirá ni gritará, y nadie oirá su voz en las plazas. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante, hasta que haga triunfar la justicia; y las naciones pondrán la esperanza en su Nombre». Mt 12,14-21

«Muchos lo siguieron, y los curó a todos…. No quebrará la caña doblada y no apagará la mecha humeante» Nos encontramos ante una dulzura, a una misericordia y a un amor por el prójimo que nos sorprenderá por su infinita magnitud. Si estos son los sentimientos de Jesús, ¿cómo puede ser el cristiano imagen de Cristo? ¿Cuál es el camino que e debe tomar para mostrar al mundo una imagen del Hijo de Dios que no sea demasiado distorsionada?

No se puede pensar que depende del lenguaje humano, de poner lo mejor de nuestras cualidades, de nuestra energía natural, o del entusiasmo contagioso de nuestro carácter. Recogeremos simpatía y por supuesto no faltarán satisfacciones personales. ¿Pero es eso lo que Dios quiere de nosotros? Para predicar un mensaje cristiano, de hecho, tenemos que predicar a él no a nosotros mismos. Para que esto suceda tenemos que vivir en Cristo, debemos ser humildes, y todos los días escuchar su palabra. Esto no es ajeno al mundo en el que operamos, pero nos ilumina con su luz, lo que nos permite dar un testimonio constante y valiente. Estamos llamados a convertirnos y morir a nosotros mismos en él, todos los días. De lo contrario, ¿cómo podremos llevar el mensaje de la resurrección si primero no morimos en Cristo?

Es Cristo vivo en nosotros que nos salva todos los días, y por nuestro medio se anuncia la salvación a la gente que nos encontramos cada día por el camino. Si no somos testigos de ello, sólo somos mercenarios arrogantes.  Dejando que el Señor ame al prójimo en nosotros, estamos seguros de amarlo hasta el fin, sin detenerse ante las debilidades humanas, porque amar es amar siempre y hasta el final. María Magdalena, Zaqueo, y Mateo habrían permanecido como pecadores públicos, condenados por la malicia de la gente, si no hubieran conocido el amor del Señor. Incluso en el peor los seres humanos vive un alma inmortal, que se ha quedado dormida como las vírgenes necias. El cristiano está llamado a despertarla, para que ella pueda venir a la boda del Señor, junto con las vírgenes prudentes.

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