ESFS117

XXV semana del Tiempo Ordinario – Domingo

El más grande según el evangelio

[Jesús] enseñaba y les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará». Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.  Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?». Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos». Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado». Mc 9,31-37

Si ponemos un cierto número de personas – hombres, mujeres o niños – y les decimos: “¡Hay que hace este proyecto, organícense!”, lo primero que hacen es escoger un jefe. El carisma del jefe es un talento recibido de Dios y es necesario hacerlo fructificar. El jefe se asume todas las responsabilidades, sabe escoger a sus colaboradores, los organiza y coordina el trabajo. El jefe ve y lee la realización del proyecto antes que los demás, para prever los problemas y prepararse para resolver cualquier problema. El carisma de guiar el trabajo de los demás un don precioso que no pude ser enterrado, como en la parábola de los talentos hizo el siervo perezoso que había recibido un solo talento y debía haberlo hecho fructificar. El que ha recibido el talento de jefe, cualquier que sea el contexto en el cual se ejercite, familiar, profesional, social o eclesial – es justo que lo haga fructificar. En el evangelio de hoy, Jesús presenta el modo de ser jefe según el espíritu, subvirtiendo la mentalidad del mundo: “El que quiera ser el primero, debe hacerse el último y el servidor de todos”. Después – y aquí estamos en el centro del carisma – no enseña a coordinar a los colaboradores como profesionistas, sino a recibirlos con el mismo amor con que recibimos al amor a los niños: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado». En tal modo el círculo se cierra: obrando en su propio trabajo con espíritu de servicio y de aceptación, se devuelven al Señor los talentos que Él nos dio. En el evangelio de Juan, Jesús nos da un ejemplo de servicio lavando los pies a sus discípulos: “Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes»(Jn 13,12-15). Es una exhortación fácil de entender, pero difícil de poner  en práctica. Hay que hacerlo, porque a esta exhortación se colega la beatitud del Reino: “Ustedes serán felices, si sabiendo estas cosas, las ponen en práctica” (Jn. 13,17).

Oración: “Cuando en el proyecto de vida que has confiado, soy llamado a ser jefe, dame el espíritu de sirvo y el amor por mis colaboradores; cuando estoy llamado a ser un colaborador, dame el espíritu de servicio y de amor hacia mis superiores. Cualquiera que se mi trabajo, dame, Señor, que pueda ver a Ti en las personas con la cuales estoy llamado  a colaborar, a fin de que sea un buen trabajador en tu Reino.

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