ESFL121

VII Semana de Pascua – Jueves

La oración sacerdotal de Jesús (III)

No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí…. como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste. Padre, quiero que los que tú me diste estén conmigo donde yo esté…. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te conocí, y ellos reconocieron que tú me enviaste. Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos». Jn 17,20-26

«¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» (Mc 15,39), dice el centurión romano en la cruz, viendo a Jesús de Nazaret morir así: cruel sufrimiento, pero perdonar todos. Es una intuición, la conciencia de que el eje de repente, mientras que en el servicio para asegurarse de que que el rendimiento ocurren con regularidad. Que debe dar la misma palabra también nosotros, cada mañana, cuando, abriendo el evangelio, hemos logrado por el poder de sus milagros, la verdad de sus parábolas por su compasión por los enfermos y los pobres, su la santidad que hace huir a los demonios, su comunión con el Padre y de su necesidad de orar, su franqueza en hablar, de su libertad para responder a las opiniones de las personas y la estrechez de la ley, su capacidad para leer en el pensamiento y en los corazones de los hombres, de su caminar en agua y su amor por los pecadores. Los Evangelios son una manifestación constante, insistente Jesús de Nazaret es verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios en Evangelio de hoy llegamos a los últimos versos de su

la oración sacerdotal, frente a la cual nosotros, como el Centurión, que no puede dejar de exclamar: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» Es una oración que rodea todos en la que todos, incluidos nosotros, están presentes. Rileggiamola lentamente, dejando que cada palabra en el tiempo para penetrar en nuestros corazones, como el agua después de la lluvia, entra en el tierra sedienta: «No ruego solamente por ellos, sino también por los que, gracias a su palabra, creerán en mí…. como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno –yo en ellos y tú en mí– para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado, y que yo los amé cómo tú me amaste… Les di a conocer tu Nombre, y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que tú me amaste esté en ellos, y yo también esté en ellos». Por favor, por lo tanto, que el Señor también le dará la iglesia Hoy en día esta unidad y el espíritu de este testimonio.

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