ESFS169

XIV semana del Tiempo Ordinario – Domingo

La paz viene de la fe

¡Alégrense con Jerusalén y regocíjense a causa de ella, todos los que la aman! ¡Compartan su mismo gozo los que estaban de duelo por ella, para ser amamantados y saciarse en sus pechos consoladores, para gustar las delicias de sus senos gloriosos! Porque así habla el Señor: Yo haré correr hacia ella la prosperidad como un río, y la riqueza de las naciones como un torrente que se desborda. Sus niños de pecho serán llevados en brazos y acariciados sobre las rodillas. Como un hombre es consolado por su madre, así yo los consolaré a ustedes, y ustedes serán consolados en Jerusalén. Al ver esto, se llenarán de gozo, y sus huesos florecerán como la hierba. Is 66,10-14b

Hoy Jerusalén está dividida en tres partes, que corresponden a las tres religiones monoteístas: la zona cristiana, la hebrea y la musulmana. Son como tres ciudades diferentes que no se comunican entre ellas mismas, sino por algún atentado o sabotaje que sucede a veces. En Hebrón, ciudad en la que está sepultado Abraham, las tres religiones pelean por su tumba. En este estado de cosas, que después de tantos siglos todavía permanece, entramos e el texto de Isaías: “Alégrense por Jerusalén, exulten todos los que la aman… Porque así dice el Señor: Yo haré correr hacia ella un río de paz”. ¿Qué ha sucedido? Algo ha  ido mal en la historia de la salvación?

Cuando Isaías anunció esta paz universal, Israel vivía un tiempo de decadencia religiosa y moral, que arriesgaba de jalarlo fuera del camino de la alianza con Dios. Esta profecía no radica en la fidelidad de Israel, sino más bien en la fidelidad de Dios, quien no puede no ser fiel, porque se negaría a sí mismo. La visión de paz de este texto, hoy es más creible porque Jesucristo, para crear sus presupuestos, ha muerte en la cruz y ha resucitado. Nuestro tiempo también está viviendo un período de decadencia de la fe y de la moral, en una confusión de religiones, de culturas y de idiomas, que llevan al hombre a la incomprensión de los que construyeron la torre de Babel. Pero Jesucristo, cuando estamos reunidos en oración en su nombre, nos dirige las mismas palabras de saludo que dirigió a sus apóstoles, después de la resurrección, cuando se les pareció con las puertas cerradas: “Paz a ustedes” (Jn 20,19). Nuestra paz viene de la oración, pero sobre todo de la fidelidad a Dios, yen medida en que la recibimos, nos convertimos en constructores de paz en el mundo.

Danos, Señor, la fe para creer hoy como al principio de los tiempos, más allá del caos que vemos cada día tu Espíritu ordenador de paz: “La tierra era informe y desierta y las tinieblas cubrían el abismo y el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gn 1,2).

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