ESFS155 

El Santísimo Cuerpo Y Sangre De Cristo

La luz en el ocaso                  

Pero la multitud se dio cuenta y lo siguió. El los recibió, les habló del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados. Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: «Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto». El les respondió: «Denles de comer ustedes mismos». Pero ellos dijeron: «No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente». Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: «Háganlos sentar en grupos de cincuenta». Y ellos hicieron sentar a todos. Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirviera a la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas. Lc 9,11-17

La multiplicación de los panes descrita en el texto de hoy sucedió cuando “el día comenzaba a declinar”. Es una anotación importante porque las cosas verdaderas de la vida se comprenden mejor cuando estamos en el ocaso. El don de la Providencia del que habla el pasaje de hoy, no es más que la coronación mesiánica de la experiencia del pueblo hebreo en el desierto, donde fueron nutridos con el “maná” todos los días. Es el don de Dios que se hace pan, cada vez que el hombre escoge la libertad de realizar el proyecto de vida en el seguimiento del Señor. “Jesús, recibiendo a la  gente que lo seguía, “comenzó a hablar del reino de Dios y a curar a cuantos necesitaban ser curados”. Y llegada la tarde, los discípulos, en busca del suceso y de la gente, en esta ocasión piden a Jesús que “despida a la gente para que fueran a las aldeas a comprar alimentos y donde alojarse, ya que esa era una zona desértica”. Ha llegado el momento más difícil de poner en práctica la Palabra de Dios, compartida y escuchada, la cual debe convertirse en pan y no quedarse como palabra únicamente. Y así Jesús les dice a sus discípulos: “Denles ustedes de comer”. Ellos hacen sus cálculos y llegan a la conclusión de que hay que ir a comprar el pan para darles de comer: no piensan en la solución celestial de dar de lo que tienen, para que todos coman. Este pan donado, que los discípulos no conocen todavía, es el verdadero pan que baja de cielo para quienes han escogido hacer la voluntad del Señor, realizando el proyecto que le fue confiado.

Este pan compartido y donado es la concretización del amor de Dios que se hace pan para los que optan por hace su voluntad: y medida que viene compartido, más se multiplica. Pensando en la generosidad y en la grandeza de Dios es fácil entenderlo, pero difícil para nosotros comprender las dinámicas de esta economía celestial. La beatitud, sin embargo, pasa a través de esta verdad, no del  conocimiento teórico: “Sabiendo estas cosas serán beatos si las ponen en práctica” (Jn 13,17).

Hemos dicho al inicio de esta reflexión que las verdades se comprenden mejor cuando estamos en el ocaso. Cuando se hace tarde todo se hace claro y más fácil de repensar en el pan que nunca ha faltado y a la Providencia que, en modos diferentes, nos ha llegado siempre.

La vida es como un romance de misterio: se entiende todo al final.

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