ESSM011

14 mayo – San Matías Apóstol.

Amistad y comunicación 

  Como el Padre me amó, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor. Como yo cumplí los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto. Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo servidores, porque el servidor ignora lo que hace su señor; yo los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que oí de mi Padre. No son ustedes los que me eligieron a mí, sino yo el que los elegí a ustedes, y los destiné para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero. Así todo lo que pidan al Padre en mi Nombre, él se lo concederá. Lo que yo les mando es que se amen los unos a los otros. Jn 15, 9-17

Por algunos años se han tenido un poco en todas partes, cursos sobre la comunicación y yo misma los he dado en las escuelas, en las haciendas y en los hospitales. En el evangelio de hoy encontramos muchos términos que nos recuerdan la actividad de la comunicación “llamar, oír, pedir saber”. Pero su significado es completamente diferente del significado ordinario, porque se trata de relaciones profesionales, o mejor dicho, sociales, es decir, de unir la vida  en manera indisoluble, que de corazones se puede requerir la misma vida. Sumergidos como estamos en una atmósfera cultural que, a veces, interpreta la capacidad de comunicar como el saber obtener la máxima ventaja personal en las distintas circunstancias, hoy nos encontramos ante una propuesta evangélica de una comunicación que es, sí, intercambio de dones, como nos sugiera la misma etimología de la palabra, pero el don que hay que ofrecer es la amistad profunda, que lo dice todo y todo lo comparte, sin miedo de límites y de mal entendidos, sin cálculos, con el único fin de amarnos los unos a los otros, permaneciendo en el amor del Señor. Solamente viviendo esta unión profunda se puede llegar a la plenitud de la alegría que Jesús nos promete: este es el sentido de ser llamados e invitados a producir frutos que permanezcan.

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