ESFS147

II semana de Pascua – Domingo

¡La paz esté con ustedes! 

Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: «¡La paz esté con ustedes!». Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan». Jn 20,19-23

Hoy el evangelio nos enseña algo muy importante: nos ayuda a reflexionar sobre nuestro encerramiento. Jesús entró en el lugar donde se encontraban los discípulos, a puertas cerradas, porque tenían miedo del los judíos, agitados por la noticia de la resurrección. Enrando, Jesús los saluda con estas palabras: “La paz sea con ustedes”. En ese caso ellos tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos, pero hay también otros motivos por los que los cristianos se encuentran con las puertas cerradas, tal vez las del corazón. Participamos en la Santa Misa del domingo con las puertas cerradas y nos encontramos para orar juntos a puertas cerradas. Tenemos las puertas cerradas como si estuviéramos en las catacumbas. Los motivos aparentes de nuestros encerraamiento pueden ser el cansancio, alguna preocupación, la habitudinariedad de los encontros, la privacidad; pero el verdadero motivo es que hno tenemos la conciencia que, cuando nos encontramos juntos en su nombre, Jesús está en medio de nosotros. Si estuviéramos concientes de esta verdad, cuando nos encontramos deberíamos ponernos a cantar y a alabar al Seños, abriendo de par en par las puertas y ventanas. Y aunque esta íntima convicción no la tuviéramos, el canto y la oración de alabanza pueden sucitarla. No hay nada más hermoso y convincente que comenzar a canatar y a alabar al Señor cuando nos encontramos: el corazón y la mente se abren, nos agarramos de las manos y sentimos que somos hermanos en Cristo. Al final, cuando termina el encuentro de oración, cpn las puertas cerradas del corazón se han abierto, y podemos a nuestros deberes cotidianos con un modo nuevo a encontrar a las personas que están con las puertas cerradas. Y cuando ya en la oficina nos saludamos con un “Buenos días”, sería algo bellos saludarnos con las palabras “Oaz ustedes”. Aunque no sea oisibke oponernos s cantar y alabar al Señor por el camino, en la metropolitana y en la oficina, saludamos a las personas que encontramoas con una sonrisa: las puertas se abrirán y viviremos todos nuestras relaciones a puertas abiertas. Abrir las puertas a Cristo, como nos ha exhortado Juan Pablo II, quiere decir abrir las puertas a la gente y a la vida. Es una terapia social

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