VII semana del Tiempo Ordinario – Miércoles
La centralidad de Cristo en la Iglesia
Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y tratamos de impedírselo porque no es de los nuestros». Pero Jesús les dijo: «No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí. Y el que no está contra nosotros, está con nosotros. Mc 9,38-40
Hoy el tema de nuestra inserción en la Iglesia está vivo, no tanto porque hablen de ella los teólogos, cuanto porque existen muchos fieles que se profesan cristianos, pero no viven en la grey. Los primeros son los que dicen Jesucristo “Si”, pero la Iglesia “No”; los segundos son los que pertenecen a las iglesias reformadas (luteranos, calvinistas, anglicanos, pentecostales, bautistas, etc.), y para estos se necesitaría introducir el tema del ecumenismo. Estos dos diferentes grupos nos invitan a preguntarnos quién es Jesucristo y qué cosa sea la Iglesia. En el texto de hoy aparece claro cómo en el grupo de los apóstoles se haya estructurado un “nosotros” eclesial: “queríamos impedírselo, porque no nos seguían”. Esto no sería un problema si los que pertenecían a “nosotros” no fueran tentados de sustituirse al Maestro en sus pensamientos y en sus decisiones, como cuando Pedro se opone a Jesús y quiere impedirle ir a Jerusalén para morir en la cruz.
También en nuestros días se piensa que Jesucristo haya conferido a su Iglesia poderes y que luego la Iglesia sirva solo como garante de estos poderes. Otras veces se piensa hacemos cosa buena justificarnos contra el Magisterio de la Iglesia, en nombre de la libertad que nos ha traído Cristo. Otras veces son considerados “operadores de justicia” para justificar cualquier revolución social, pacífica o violenta. En todos estos comportamientos se trata de sustituir a Cristo en pensamientos y decisiones. Es el pecado original de rebelión que regresa a la comunidad cristiana y que deshace la relación entre el Maestro y el Discípulo. A nosotros nos parece que la única libertad de la Iglesia sea la de seguir a Jesucristo, en los pensamientos, sentimientos y en el mandato de la evangelización, poniéndonos al servicio de los hombres, decididos a soportar la violencia de todo poder. Por lo que se refiere al ecumenismo, es una óptima cosa la comunión entre las iglesias, pero el Espíritu sopla donde y cuando quiere. Jesucristo, en el texto de hoy, nos deja el margen posible de la libertad y de la diversidad, porque no son nuestras diferencias las que cuentan, sino el hecho de que todos operamos en su nombre, buscando una forma de comunión entre las iglesias. Con frecuencia la diversidad que nace de la libertad es riqueza. En el evangelio el símbolo de la Iglesia universal es la barca. Durante la pesca milagrosa Jesús dice a Pedro: “Rema mar adentro y echa las redes para pescar.”… Así los hicieron y pescaron una enorme cantidad de peces… Entonces llamaron a sus compañeros de la otra barca para que vinieran a ayudarlos. Ellos vinieron y llenaron las dos barcas de pescados” (Lc. 5,4-7). La barca en la que no está Pedro son las iglesias reformadas que, en el nombre de Jesucristo, pescan hombres en el gran mar de la vida.