XXX semana del Tiempo Ordinario – Miércoles
Las dos puertas
Jesús iba enseñando por las ciudades y pueblos, mientras se dirigía a Jerusalén. Una persona le preguntó: «Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?». El respondió: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán. En cuanto el dueño de casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: «Señor, ábrenos». Y él les responderá: «No sé de dónde son ustedes». Entonces comenzarán a decir: «Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras plazas». Pero él les dirá: «No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal! Lc 13,22-27
El plan de salvación que Dios ha pensado y puesto en actos ser realiza en medio de nosotros, no sobre nosotros, en el respeto a la libertad que desde el principio fue donada al hombre. Este concepto, a veces explícito, a veces escondido, está presente en todas las Sagradas Escrituras. En el libro del Deuteronomio, el Señor había dicho al pueblo de Israel: «Hoy pongo delante de ti la vida y la felicidad, la muerte y la desdicha. Si escuchas los mandamientos del Señor, tu Dios, que hoy te prescribo, si amas al Señor, tu Dios, y cumples sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, entonces vivirás, te multiplicarás, y el Señor, tu Dios, te bendecirá en la tierra donde ahora vas a entrar para tomar posesión de ella» (Dt 30,15-16). Hoy el Señor nos dice: «Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirá». Como hemos ya tenido ocasión de observar en una precedente reflexión, a través de la puerta ancha, que es la del desempeño, del egoísmo y de la crítica injusta, se entra muy fácilmente, pero después nos encontramos en un ambiente angosto y sofocante. Por la puerta estrecha se entra con dificultad, porque debemos violentar nuestra naturaleza que, a causa del pecado, no está inclinada a la generosidad, al sacrificio por el prójimo y a los juicios benévolos, pero una vez que hemos entrado, nos encontramos en los espacios sin medida del amor de Dios. Hay otros motivos que nos dificultan entrar por la puerta estrecha: llevamos demasiadas maletas, de las que no queremos separarnos. Estamos apegados a las cosas, a nuestras opiniones y a los prejuicios, y todo esto nos hace lento el camino espiritual o, hasta nos nos bloquea. El termine que usaban los romanos para indicar estas dificultades era ¡impedimenta! Entonces es mejor tomar la pequeña maleta de la fe, de la esperanza y de la caridad. Pues así al final de nuestro camino, no correremos el riesgo de encontrar la puerta cerrada ni estrecha y de oír estas palabras al tocar: “No sé de dónde son ustedes”.