ESFL017

III semana de Adviento – Viernes

La fe que arde y alumbra

Ustedes mismos mandaron preguntar a Juan, y él ha dado testimonio de la verdad. No es que yo dependa del testimonio de un hombre; si digo esto es para la salvación de ustedes.  Juan era la lámpara que arde y resplandece, y ustedes han querido gozar un instante de su luz.  Pero el testimonio que yo tengo es mayor que el de Juan: son las obras que el Padre me encargó llevar a cabo. Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado. Jn 5,33-36


Juan el Bautista fue el último profeta del Antiguo Testamento y al mismo tiempo, el primer seguidor de Jesucristo, aunque anterior a Él. «Juan era la lámpara que arde y resplandece». La calidad y la belleza de la fe son las características que hacen a un hombre una lámpara que le permite ver a Cristo en la persona de Jesús de Nazaret. Esta lámpara ilumina las mentes y los corazones de los que se adhieren a la verdad del evangelio. Los discípulos de Emaús tuvieron conocimiento de los  acontecimientos en Jerusalén, pero no había creído en la resurrección: “algunas mujeres que están con nosotros nos han desconcertado …. que él está vivo” (Lc 24,22-23). Sólo después de que Jesús se les acercó y les explicó las Escrituras, fue cuando ellos creyeron: «¿No ardía acaso nuestro corazón, mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?».  (Lc 24,32). Entonces los dos discípulos se convierten en testigos de la resurrección y regresan a Jerusalén para explicar a los demás lo que les había sucedido. El testigo anuncia el Evangelio para que la gente pueda salvarse, pero es el Señor quien da fuerza, dirección y sentido a sus palabras. Cristo da testimonio de Juan el Bautista y no al revés: «No es que yo dependa del testimonio de un hombre». Sólo el Padre da testimonio de la divinidad del Hijo, por las obras que Él hace: «Estas obras que yo realizo atestiguan que mi Padre me ha enviado». También hoy son las obras – los milagros y la forma de vida – las que hacen creíble el misionero. Es Jesús el que ha prometido: «Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación… Ellos fueron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba su palabra con los milagros que la acompañaban » (Mc 16,15.20). Esto sucede aún hoy cuando un hombre da testimonio del Evangelio. Sólo tienes que mirar de cerca lo suficiente para reconocer los signos de la presencia del Señor.

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