ESFL252

XX semana de Tiempo Ordinario – Martes

El don y el compartir 

Jesús dijo entonces a sus discípulos: «Les aseguro que difícilmente un rico entrará en el Reino de los Cielos. Sí, les repito, es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de los Cielos»…. Pedro, tomando la palabra, dijo: «Tú sabes que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. ¿Qué nos tocará a nosotros?». Jesús les respondió: «…. Y el que a causa de mi Nombre deje casa, hermanos o hermanas, padre, madre, hijos o campos, recibirá cien veces más y obtendrá como herencia la Vida eterna.Mt 19,23-29

En el evangelio de ayer, el joven rico decidió no seguir a Jesús y se fue triste; el texto de hoy concretiza ese evento anunciando que ¡Dicícilmente un rico podrá entrar en el reino de los cielos”. Hemos ya reflexionado sobre el concepto de economía presentado por el evangelio que está fundado sobre el dar y compartir lo que uno posee. Ahora retomamos el argumento para entender cómo sea posible actualizar la dinámica del don y del compartimiento en nuestros días. La familia es el lugar donde se adquieren estos valores y es la forma más sencilla para la sociedad y para la Iglesia. En la familia se recibe el don de la vida y de la Iglesia, como célula del universo. En la familia se recibe el don de la vida, los cuidados, las atenciones, la educación y la forma de vivir nuestra vida social. Ahí es donde aprendemos a compartir nuestro tiempo, el espacio de la casa, el pan cotidiano, el bienestar, los proyectos de vida, las opiniones, las vacaciones, los problemas y preocupaciones, las alegrías, los dolores y el perdón. Nosotros, padres de familia, recordamos siempre a nuestros hijos, cuando forman su propia familia, uno de las enseñanzas más preciosas de la vida: lo que comparte, nos une; lo que no se comparte, nos divide. Pero lo que se comparte mejor es la oración. Es cierto que cada quien tiene que tener su moro personal de orar, pero es fundamental encontrar el modo y el momento para el  compartir familiar, porque la unión y la comunión no son el fruto de nuestros esfuerzos, sino de la unión con el Señor. Está escrito en el Génesis que Adán y Eva, cuando fueron creados, antes del pecado original estaban unidos en comunión perfecta entre ellos mismos y andaban desnudos sin que esto los disturbara. Después del pecado se interrumpió la relación don Dios y, por consiguiente, se interrumpió también la comunión entre ellos, hasta el punto de avergonzarse de estar desnudos, y fueron a vestirse. La historia del primer hombre y de la primera mujer nos enseña que, cuando en la familia se interrumpe la comunión entre los padres de familia, la única cosa que hay que hacer es volver a la relación con el Señor, comenzando a orar juntos. Si lo haremos, nos dice el evangelio de hoy, recibiremos cien veces más casas y los campos servirás para alimentar a los hermanos necesitados. Al final recibiremos sólo lo que hayamos compartido: este es el don de la vida que Jesús nos ha enseñado.

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