ESFL322

XXX semana del Tiempo Ordinario – Lunes

El cuerpo y el espíritu

Hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán. Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con el. Rm 8,12-17

Hacia el final de su vida terrenal, san Francisco, mirando a su propio cuerpo envejecido por los años y las mortificaciones a las cuales lo había sometido, exclamó: “Viejo burro, ¡cuanto te he bastonado!” Él consideraba el cuerpo como la cabalgura del espíritu, con el cual en cambio se identificaba. El cuerpo es importante y tenemos la obligación de cuidarlo y mantenerlo en buena forma, como hacen los estableros con los caballos, al contario no podemos llegar allí donde tenemos que ir. Pero el que dirige al caballo es el jinete, y lo mismo tiene que hacer el espíritu con el cuerpo. Sin embargo, el pasaje de hoy, sacado de la carta de Pablo a los Romanos, es una exhortación a mortificar “las obras de la carne”, la cual, si no está domada, tiende a ir a donde le plazca, como un caballo salvaje.  Los golpes de bastón a los cuales se refería san Francisco habían sido necesarios para impedir a su burro ir donde quería. El cuerpo, si se lo deja libre, corre el riesgo de ir hacia aquellas que Pablo llama las obras de la carne: «fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones y envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza» (Gá 5,19-21). Si somos hijos de Dios y obramos para realizar sus obras – dice hoy Pablo – tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu, no podemos permitir al cuerpo ir adonde quiere, en efecto: “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. Es nuestro espíritu que nos hace reconocer como tales y gritar: “¡Abá, Padre!… y si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con el”. Esto sucederá en el cielo, pero para el presente el Espíritu otorga sus maravillosos frutos: «amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza,  mansedumbre y temperancia» (Gá 5,22)

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